Una amiga en su blog (do the doo dah) habló de la histeria colectiva que causan las rebajas en las librerías de Guadalajara. Describía gente recorriendo pasillos frenéticamente en busca de best sellers y libros de autosuperación incitando a quienes no habían escogido nada, a comprar.
Ella habla de su busqueda de un par de libros que le interesan, pero que o no los encontró o su precio era estratosférico. No había nada que hacer frente a la fiebre de Paulo Cohelo o Carlos Cuauhtémoc Sánchez.
Así que metido en la inercia de las lecturas para los happy few, me animo a recomendar un par de libros de agasajo. Para incitar su lectura (aunque quizá la desaliente), posteo a continuación dos textos breves que escribí después de haber leído éstos que son dos libros de un género híbrido, a caballo entre el ensayo, las memorias autobiográficas y la ficción.
Los dos son del FCE y es posible encontrarlos a precios moderados. Por lo que si mi amiga decide leerlos, no tendrá que robarlos, como alguien le sugirió en su blog.
Sergio Pitol. EL MAGO DE VIENA. Colección Letras Mexicanas. Fondo de Cultura Económica. 2005.
EL ITINERARIO DE UN SUEÑO
Por el gusto de la lectura y la escritura, un hedonista, el mago de la calle Viena, delegación Coyoacán, descubre la matemática del caos, la fórmula capaz de dar forma al flujo del lenguaje en que queda plasmado lo vivido, soñado, pensado, escuchado, visto, imaginado; sus mudanzas terrenales, mutaciones y asentamientos interiores: el itinerario de un sueño.
Este texto, como muchos de Sergio Pitol, se nutre de disquisiciones sobre arte (por ello cierto público lo repele); el cine, la ópera, la pintura, son los territorios constantes evocados por el prodigio de la memoria, complementados con larvas de tramas, conversaciones escuchadas, historias vividas, geografías exóticas y por la inspiración, que es el “fruto más delicado de la memoria”. Y es que la escritura, como lo observa Pitol, es un modo eficaz de retener, extender y ahondar esos destellos de recuerdo que surgen cotidianamente, y que se desvanecen en la bruma del caos del que surgen.
El mago de Viena es también un puente generosamente tendido para llegar a nuevas lecturas y autores de tesituras y tradiciones bastante diversas: literatura del sur de Estados Unidos, de “la Santa Madre Rusia”, de Polonia, de Inglaterra, de España; en donde se destaca la relectura como forma principal de lectura, el libro como extensión de la memoria y la imaginación. Y justo de esas dos fuentes se nutre su literatura, combinando recuerdos, tratando de desentrañarlos y mezclarlos con la ficción, como cuando estando en Palermo es alcanzado por una bala perdida en una gresca entre mafiosos sicilianos, hecho que lo mantuvo varios días en el hospital. En la ambulancia, la enfermera y el doctor decían que el narco (refiriéndose a Pitol) quizás no llegaría con vida al sanatorio. Reponiéndose de este percance es cuando se entera -por los diarios que le trae una enfermera española-, del golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende. Más adelante, cuando Pinochet es apresado en Londres, Pitol se alegra.
La alquimia de imaginación y memoria da a su obra un halo delirante, extravagante; editores, embajadores, cónsules, actos protocolarios, un hippie español, o enredos que parecen comedias de equivocaciones, como cuando Enrique Vila Matas, autor de Bartleby, es confundido por una gran figura del cine español en la capital de la República de Turkmenistán, Asjabad, en donde se encuentra con Sergio Pitol cuando éste va a dar una ponencia sobre El Periquillo sarniento, de José Joaquín Fernández de Lizardi. Este enredo lo propicia, Oleg, el intérprete de Vila Matas, cuando después de entrar casualmente a un restaurante en el que se estaba celebrando una boda, y ya pasado en copas, brinda por los novios exaltando pantagruelicamente la figura de Enrique Vila Matas. Y durante el transcurso de su estancia allí, aparecen fotos suyas en la primera plana de un diario local, ataviado con pantalones negros de cuero y maquillado con los ojos rasgados con delineador, dándole un aire oriental. Su figura crece y es invitado a bailes y eventos con ministros. Todo el mundo lo quiere abrazar y, por un momento, se convierte en el objeto de culto de esa ciudad. En cambio con Pitol la suerte fue más ingrata: no pudo estar el tiempo que él hubiera querido con su amigo, Vila Matas, dada la repentina popularidad de éste. Y el objeto oficial de su viaje, su conferencia sobre El periquillo se convierte en un fiasco, pues unos alborotadores hacen desmanes e, incluso, alcanzan con un frutazo a Sergio Pitol.
Pitol acepta el influjo que tiene el instinto y la inspiración. En ocasiones, él mismo no sabe muchas veces lo que encontrará, por qué cauces lo llevará su pluma, su mano, el delirio de la literatura. Sabiendo diferenciar la letra viva de la muerta, lo demás es forma. Con la Forma aparentemente se lucha, pero los susceptibles a ella, finalmente se le entregan; son adictos a “viajar por el espacio y el tiempo a través de los libros”, son quienes en la lectura ven un bien supremo tan imprescindible, como al devoto la oración. Los interesados en seguir leyendo podrán saltar gozosamente a las lecturas recomendadas por Sergio Pitol; autores y obras que quizá, de otro modo, muchos no hubiéramos conocido. Afortunadamente su lista es larga y eso nos regocija: Bruno Schulz, Schob, Raymond Rousell, Eudora Welty, Chéjov, Tolstoi, Gogol, y un largo etcétera.
Pero a la lectura de esas obras y esos autores, hay que agregar la re-lectura. La relectura es un aspecto destacado por Pitol, en obras cuyo sentido no se revela del todo, pues sin ser transparentes, se muestran y ocultan las comisuras de su textura, los pliegues y recovecos en los que surgen sus posibles significados. A este tipo de obras, pertenecen las narraciones de Chéjov, o Shakespeare, ambos, “nuestros contemporáneos”, queridísimos por Pitol, y es que, cada una de sus obras, leída en diferente época, suele ser siempre distinta.
Cada relectura añade o elimina matices. Proust sale en busca del tiempo perdido valiéndose de la escritura, de igual forma que Pitol se vale de diarios y delirios, soñando la realidad. Su paso por la literatura y el mundo. Los hilos de sus entramados narrativos los teje mezclando los recuerdos y la fantasía, el placer de la ambigüedad. Los misterios de su trama, intenta descifrarlos el lector, transmitiendo a la obra, su propia carga subjetiva:
“¿Quién no se ha sentido traspasado al leer […] El proceso, Los hermanos Karamazov, El Aleph, Residencia en la Tierra, Las ilusiones pérdida, Grandes esperanzas, Al faro, La Celestina, El Quijote? Un mundo nuevo se abría ante nosotros, cerrábamos el libro aturdidos, internamente transformados.”
Y cómo no sentirse uno involucrado leyendo La montaña mágica, por ejemplo, donde nos volvemos testigos de un mundo maravilloso que se abre ante nosotros. En ese mundo el lector no es un intruso, sino parte de la obra. En el Quijote, a excepción de Dulcinea, cada personaje femenino que aparece, es siempre más hermosa que la anterior. De igual modo, tenemos la impresión de que para Pitol, cada narración que comenta fuera la más hermosa de cuantas hubiera leído. Suena a cliché que algunas obras son capaces de transformar la vida, pero así es. Y su lectura nos cambia porque el diálogo con la obra, es también un diálogo con uno mismo.
George Steiner. LOS LOGÓCRATAS. Trad. María Condor. Coedición: Fondo de Cultura Económica y Ediciones Siruela. México, 2007.
Los logócratas es un libro conformado por conferencias, ficciones y entrevistas. Alejado de lo específico del especialista, Steiner habla de diversos temas, que van del nacimiento del lenguaje a la revolución e involución del lenguaje textual en la era de la internet. Más que un análisis académico, encontramos disertaciones sobre el lenguaje y los silencios del arte, pasando por el tamiz del papel de las sagradas escrituras de tres diversas culturas: la judía, la católica y el Islam.
Steiner aborda la dimensión política del lenguaje vinculando su descomposición a la “degradación nacional o individual”. De ahí la importancia de cuidarlo, dado que la degradación social y la del lenguaje conllevan un afán destructivo; al hombre contra el hombre en una espiral de guerras, odios, injusticias y enajenaciones, ejemplos todos validadores de la bestialización de los seres humanos, y que conllevan una amplia difusión en los mass media.
Steiner señala que “la recepción, el disfrute del trash, de la basura, es automutilación del espíritu”. Por ello una política realista siempre será una “política del castigo”, definida como una política de la “aceptación sacrificial”, en la que según Boutang “la monarquía encarga este misterio del poder delegado por Dios, sin el cual la sociedad humana deviene bestial. El hombre es «pastor del Habla». Y sólo un cuerpo político autoritario puede asegurar esta guarda” cultivando las disciplinas intelectuales y la poesía, preservando un “orden cultural elitista, incluso sacerdotal o mandarinesco” que demanda la entrega de voluptuosos del espíritu a la cultura. De ahí la correlación entre lingüística (trascendental) y política, así como de la poesía con el lenguaje del porvenir.
Si el habla humana es la encarnación del “Verbo”, entonces éste se encuentra ligado a lo sublime, pero también a los más rudimentarios actos del habla, como un instrumento a la medida de la existencia social y política, siempre en una relación utilitaria. El punto de vista logocrático implica una postura esotérica del lenguaje, ligando su origen a lo divino. En este sentido el lenguaje precede a la humanidad; no es ésta la dueña del lenguaje, sino tan sólo quien la sirve. La poesía, el discurso metafísico y el religioso no resultan del gobierno del lenguaje, sino de una “servidumbre privilegiada; de la infrecuente capacidad que poseen el rapsoda, el pensador o el visionario de «oír lo que dice el lenguaje»”. Y en ello se explicita un vínculo con el Verbo encarnado que repele, por herética, cualquier tesis a favor de la convención del lenguaje, que no es, como creía Saussure, arbitrario.
Muy por el contrario, para Steiner el ser mismo habla mediante el lenguaje, se manifiesta, es la casa del ser, y los poetas y pensadores son los guardianes de esa morada de buena vivienda donde habita algo más que la léxica y la lógica inherente a la gramática. Hay en ella un abismo que invita al precipicio, arrojados a lo alto, al encuentro de la poesía.
Según Steiner, la prueba de que el poeta es el sirviente del lenguaje se verifica en el hecho de que le lleguen las palabras con una incandescente exactitud, similar a la que se experimenta “cuando una palabra olvidada, buscada por mucho tiempo, «centellea» en el umbral de la conciencia”. No es el poeta el que habla, el poeta es hablado, le es dada una revelación que no ha sido buscada. Y es ésa la prueba irrefutable de la anterioridad ―e interioridad― del logos. Cuando alguien se comunica oralmente lo hace verbalizando lo que ya está ahí, en el interior de sí mismo, revelándose así el secreto del ser en el habla. Como en La biblioteca de Babel, de Borges, todas las posibilidades de cada texto están ya potencialmente contenidas en el lenguaje.
Uno de los tantos enigmas de los libros que no son efímeros es el de los personajes que viven en la literatura, aquellos de los que sentimos su pulsación página tras página y que, paradójicamente, algunas veces tienen mayor vida que sus autores, quienes dueños del secreto de una alquimia perfecta encontraron la selección correcta de palabras que dan vida a los personajes y al mundo que les rodea. No por nada la comparación del artista con Dios, creador de pequeñas y perfectas burbujas como La montaña mágica, de Mann, o Los hermanos Karamazov, de Dostoievski. Tolstoi decía que Dios era “el otro oso del bosque” al que había que hacer frente. Esta imagen nos remite al mito fáustico, a la Torre de Babel y la salida del paraíso de Adán y Eva, mitos todos en los que interviene la Caída.
Además de la dimensión lingüística y política de la lengua, Steiner se adentra en la dimensión teológica (al igual que Dostoievski, Tolstoi o Melville), pues “hay ciertas dimensiones en la literatura, en las artes, en la música, pero también en la filosofía, que permanecen inaccesibles si la existencia o inexistencia de Dios se despacha como un disparate” como lo querrían el positivismo lógico y la filosofía lingüística de Oxbridge. De ahí que encontremos “divagaciones” ―como las llamarían los detractores de Steiner― sobre los diferentes matices entre las escrituras sacras judías, islámicas y católicas.
El autor de Los logócratas también reflexiona sobre el destino de los libros que mes con mes se publican y no pasan el tiempo suficiente en los estantes de las librerías para saber si son efímeros o si integran un fragmento de ese diálogo llamado literatura. Los libros no vendidos van a parar a los almacenes, quedando en el olvido. A la par, mes con mes se suben millones de megabites a la internet, lo cual modifica las formas de recepción, lectura y escritura del material textual, así como los modos de almacenamiento e intercambio de información, haciendo de la autoría un proceso grupal dinámico e interactivo; un tráfico electrónico que implica una nueva metafísica de la conciencia tanto individual como colectiva.