Una vez a la orilla de un pequeño lago vi lo que parecía el caparazón de una tortuga. En un desplante posesivo quise llevarme al anfibio animal. Me agaché y lo saqué del agua; de inmediato percibí un tufo pestilente. La tortuga llevaba días muerta y el hedor tardó mucho en quitarse de mis manos.
Isabel
Hace 9 años
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