Texto de J Helena publicado en su página personal
Tarde. Camión OCC rumbo a Oaxaca.
Horas de camino acumuladas en las piernas y en la espalda baja. No recuerdo la conversación ni mi postura. Sólo veo en retrospectiva mi brazo asido por las dos manos de J. Cuando lo estiró y estuvo muy cerca de sus labios, soltó hacia mí un Te amo. Por mi sorpresa, J explicó que no sabía qué palabras utilizar. Te quiero estaba desfasado para ese momento.
Noche. Bar en Mazunte, Oaxaca.
Sufrimos una escena penosa durante la cena. Lo creí una diferencia absoluta, sin espacio para el equilibrio, el acuerdo, la aceptación. Miedo y desilusión inmediatos. Confieso que deseé terminaran las vacaciones a la mañana siguiente y sólo llevábamos dos días de estancia. Ya en el bar, hablaron sus ojos; también dijo algunas palabras. Pidió perdón y luego se retractó. Me quedó claro que J jamás será un pusilánime. Entendí sus maneras. No juzgué, amé. Y quedó pactado un cursi complemento. De las lágrimas a la sonrisa profunda.
Cómo ceñir su dolor, apaciguarlo: quise comérmelo; un abrazo no era suficiente.
Noche. Centro cultural en Mazunte, Oaxaca.
Después de escuchar por primera vez a Chelo Vaca y excitarnos de emoción con cumbias propias y covers, nos concentramos sólo en el ritmo y en Tolstoi. J me apretaba las nalgas como si se lo hiciera a una desconocida, como si en lugar de hablar del novelista y quererme, dijera cualquier cosa para tener una conversación antes de llevarme a la cama, algo como “el mar está a todo lo que da” o “hay que echarle ganas en el 2011, ¿no? ¡Qué nos queda!”.
Pero J hablaba como especialista. Mi entrepierna estaba tan humedecida que deseaba correr a comprar un lote de autores rusos. Tolstoi, Tols-toi, To-ls-to-i. Y una cumbia de fondo. Bajo la delgada tela de su pantalón, sentía su pene rozándome. Sus manos viajando de mi trasero a mi cintura. Su boca en mi oreja derecha. Mi sudor. Mis caderas moviéndose: Tols-toi. Go-gol. Push-kin. Esta noche no enloqueció con Dostoyevski.
Yo llevaba un vestido corto, de flores; y dos mezcales. J traía encima un sombrero que le va divino, algunas cervezas y tres mezcales. Se burlaba un poco de Bukowsky. “Los bukowskianos no conocen a Tolstoi ni a Gogol”. Pensé que tampoco los adoradores de Cortázar.
Me decía de las emociones magistralmente tratadas por Tolstoi y yo deseaba su erección, que me penetrara, como si me estuviera leyendo Historia del ojo de Bataille. Perdonen ustedes, letrados, no haberme grabado cada palabra del hombre que amo y deseo por bailar cumbia, acariciarme las nalgas y hablar de literatura rusa al mismo tiempo.
Cuando llegamos al hostal, yo tenía urgencia de sexo. Hilarante, J bromeó sobre mi persuasión y enseguida se quedó dormido. Me fascina que me deje ardorosa.
Última noche de 2010. Temazcal en Zipolite, Oaxaca.
Yo esperaba relajarme, no sé lo que esperaba J. Sí temía que el ritual le provocara disgusto o incluso jolgorio (mis prejuicios y no otra cosa). Un francés o canadiense, no sé, J y yo, entramos cuando ya todos estaban acomodados en el iglú avivado. Antes, fui sahumada y bienvenida con rezos. Mi pecho estaba tan elevado como mi ansiedad. La mujer que me recibió oprimió dulcemente pero con exactitud mi corazón, y detuvo mis impulsos de amar todo lo que puedo en un solo día, de sufrir todo lo que aguanto en una sola noche.
Adentro, el vientre hirviendo, la Pachamama. Copal, aceite de rosas, malva, romero, ruda, sábila…
Respiré por el cuerpo. De repente me sentí un pájaro rojo, hablé como un pájaro rojo. Estaba rodeada de águilas, búhos, felinos, serpientes. Españoles, mexicanos, africanos, franceses. Carmen nos guiaba con voz ronca; una Janis del Temazcalli. Lo multicultural, la energía y el dolor que cargábamos requirieron que Carmen desnudara sus senos por primera vez dentro del Temazcalli.
Las puertas nos trajeron a los ancestros, estaban detrás, enfrente, encima, dentro. Las puertas nos trajeron la dualidad: fuimos mujeres, fuimos hombres, fuimos padre y madre, calor y frío. No me había sentido así desde que estaba dentro de Regina y lloraba en su vientre porque querían apartarme de su calidez. Había olvidado ser todo.
La intensidad hizo volar a J, por lo menos así lo dijo Carmen. J sentía las manos entumidas y quería salir. Yo sentía encendido mi cabello, incluso con el agua fría que de vez en vez nos arrojaban en la nuca.
Casi todos salieron. Antes de ser parido, J tuvo que conectar su ombligo con la Pachamama. Ahí dejó unas cuantas cosas que rápido fueron consumidas. Emergió ligero.
Quedábamos cuatro. El siguiente en ser parido fue un español. Carmen habló de un dolor ancestral.
“Todavía tengo problemas con tus antepasados, pero no contigo eh”, le dijo al abrazarlo. “Perdón por el daño hecho a esta tierra”, contestó el recién nacido cuando estuvo en el umbral. Cuántos perdones se necesitarán.
Con curiosidad, sin pesadumbre, le expliqué a Carmen que me sentía pura, feliz, pero mi corazón estaba acelerado. “Es porque quieres despertar, mi niña, y lo somatizas en una taquicardia”. Me indicó lo mismo que a J, el ombligo a la tierra. Dijo Es el momento de sacar, dejar y nacer. Bocabajo, sentí ramas en mi espalda y cantos sólo para mí. Lloré, enseguida reí. “Eres hermosa, Carmen”, le dije y me abrazó. Salí eterna. “Eres una guerrera”, escuché en mi nacimiento. Me recibieron desnuda para envolverme en una sábana, y fui acaricida con agua y pétalos. Me indicaron sentarme al lado de J. Estaba encima de un petate, bello, con una taza humeante en la mano. J no lo sabe pero es la segunda vez que me recibe en un renacimiento.
De repente sentí el aire en mis senos y su respiración en mi cuello. No podía amarlo más. Dijo que deseaba fotografiarme. Faltaban tres horas para que terminara el 2010. Los cohetes lo anunciaban.
Tarde. Camión ADO rumbo al DF.
“Te amo por lo que no soy y por lo que quiero ser”, le dije como parte de unos votos improvisados.
Horas de camino acumuladas en las piernas y en la espalda baja. No recuerdo la conversación ni mi postura. Sólo veo en retrospectiva mi brazo asido por las dos manos de J. Cuando lo estiró y estuvo muy cerca de sus labios, soltó hacia mí un Te amo. Por mi sorpresa, J explicó que no sabía qué palabras utilizar. Te quiero estaba desfasado para ese momento.
Noche. Bar en Mazunte, Oaxaca.
Sufrimos una escena penosa durante la cena. Lo creí una diferencia absoluta, sin espacio para el equilibrio, el acuerdo, la aceptación. Miedo y desilusión inmediatos. Confieso que deseé terminaran las vacaciones a la mañana siguiente y sólo llevábamos dos días de estancia. Ya en el bar, hablaron sus ojos; también dijo algunas palabras. Pidió perdón y luego se retractó. Me quedó claro que J jamás será un pusilánime. Entendí sus maneras. No juzgué, amé. Y quedó pactado un cursi complemento. De las lágrimas a la sonrisa profunda.
Cómo ceñir su dolor, apaciguarlo: quise comérmelo; un abrazo no era suficiente.
Noche. Centro cultural en Mazunte, Oaxaca.
Después de escuchar por primera vez a Chelo Vaca y excitarnos de emoción con cumbias propias y covers, nos concentramos sólo en el ritmo y en Tolstoi. J me apretaba las nalgas como si se lo hiciera a una desconocida, como si en lugar de hablar del novelista y quererme, dijera cualquier cosa para tener una conversación antes de llevarme a la cama, algo como “el mar está a todo lo que da” o “hay que echarle ganas en el 2011, ¿no? ¡Qué nos queda!”.
Pero J hablaba como especialista. Mi entrepierna estaba tan humedecida que deseaba correr a comprar un lote de autores rusos. Tolstoi, Tols-toi, To-ls-to-i. Y una cumbia de fondo. Bajo la delgada tela de su pantalón, sentía su pene rozándome. Sus manos viajando de mi trasero a mi cintura. Su boca en mi oreja derecha. Mi sudor. Mis caderas moviéndose: Tols-toi. Go-gol. Push-kin. Esta noche no enloqueció con Dostoyevski.
Yo llevaba un vestido corto, de flores; y dos mezcales. J traía encima un sombrero que le va divino, algunas cervezas y tres mezcales. Se burlaba un poco de Bukowsky. “Los bukowskianos no conocen a Tolstoi ni a Gogol”. Pensé que tampoco los adoradores de Cortázar.
Me decía de las emociones magistralmente tratadas por Tolstoi y yo deseaba su erección, que me penetrara, como si me estuviera leyendo Historia del ojo de Bataille. Perdonen ustedes, letrados, no haberme grabado cada palabra del hombre que amo y deseo por bailar cumbia, acariciarme las nalgas y hablar de literatura rusa al mismo tiempo.
Cuando llegamos al hostal, yo tenía urgencia de sexo. Hilarante, J bromeó sobre mi persuasión y enseguida se quedó dormido. Me fascina que me deje ardorosa.
Última noche de 2010. Temazcal en Zipolite, Oaxaca.
Yo esperaba relajarme, no sé lo que esperaba J. Sí temía que el ritual le provocara disgusto o incluso jolgorio (mis prejuicios y no otra cosa). Un francés o canadiense, no sé, J y yo, entramos cuando ya todos estaban acomodados en el iglú avivado. Antes, fui sahumada y bienvenida con rezos. Mi pecho estaba tan elevado como mi ansiedad. La mujer que me recibió oprimió dulcemente pero con exactitud mi corazón, y detuvo mis impulsos de amar todo lo que puedo en un solo día, de sufrir todo lo que aguanto en una sola noche.
Adentro, el vientre hirviendo, la Pachamama. Copal, aceite de rosas, malva, romero, ruda, sábila…
Respiré por el cuerpo. De repente me sentí un pájaro rojo, hablé como un pájaro rojo. Estaba rodeada de águilas, búhos, felinos, serpientes. Españoles, mexicanos, africanos, franceses. Carmen nos guiaba con voz ronca; una Janis del Temazcalli. Lo multicultural, la energía y el dolor que cargábamos requirieron que Carmen desnudara sus senos por primera vez dentro del Temazcalli.
Las puertas nos trajeron a los ancestros, estaban detrás, enfrente, encima, dentro. Las puertas nos trajeron la dualidad: fuimos mujeres, fuimos hombres, fuimos padre y madre, calor y frío. No me había sentido así desde que estaba dentro de Regina y lloraba en su vientre porque querían apartarme de su calidez. Había olvidado ser todo.
La intensidad hizo volar a J, por lo menos así lo dijo Carmen. J sentía las manos entumidas y quería salir. Yo sentía encendido mi cabello, incluso con el agua fría que de vez en vez nos arrojaban en la nuca.
Casi todos salieron. Antes de ser parido, J tuvo que conectar su ombligo con la Pachamama. Ahí dejó unas cuantas cosas que rápido fueron consumidas. Emergió ligero.
Quedábamos cuatro. El siguiente en ser parido fue un español. Carmen habló de un dolor ancestral.
“Todavía tengo problemas con tus antepasados, pero no contigo eh”, le dijo al abrazarlo. “Perdón por el daño hecho a esta tierra”, contestó el recién nacido cuando estuvo en el umbral. Cuántos perdones se necesitarán.
Con curiosidad, sin pesadumbre, le expliqué a Carmen que me sentía pura, feliz, pero mi corazón estaba acelerado. “Es porque quieres despertar, mi niña, y lo somatizas en una taquicardia”. Me indicó lo mismo que a J, el ombligo a la tierra. Dijo Es el momento de sacar, dejar y nacer. Bocabajo, sentí ramas en mi espalda y cantos sólo para mí. Lloré, enseguida reí. “Eres hermosa, Carmen”, le dije y me abrazó. Salí eterna. “Eres una guerrera”, escuché en mi nacimiento. Me recibieron desnuda para envolverme en una sábana, y fui acaricida con agua y pétalos. Me indicaron sentarme al lado de J. Estaba encima de un petate, bello, con una taza humeante en la mano. J no lo sabe pero es la segunda vez que me recibe en un renacimiento.
De repente sentí el aire en mis senos y su respiración en mi cuello. No podía amarlo más. Dijo que deseaba fotografiarme. Faltaban tres horas para que terminara el 2010. Los cohetes lo anunciaban.
Tarde. Camión ADO rumbo al DF.
“Te amo por lo que no soy y por lo que quiero ser”, le dije como parte de unos votos improvisados.
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