domingo, 16 de enero de 2011

Alicia en el país de las pesadillas

Por Javier Martín Miranda (*)

Ladridos de perros, “aullidos de vacas”, el rebuznar de burros y un ensordecedor ruido de máquinas pusieron esa noche  en estado de agitación a Alicia Espinoza Valdez.
      En El Apartadero, una de las comunidades más alejadas de Huichapan, muy cerca de Tecozautla, ella vivía en una situación muy precaria: un cuarto de mampostería con techo de lámina, sin luz ni agua.
      Con cuatro intentos de suicidio, el último de los cuales fue apenas en la tercera semana de diciembre, Alicia tiene 31 años, nació el 22 de julio de 1979, sabe leer, escribir y estudió hasta el segundo de secundaria.
      Es de religión católica y afirma nunca haber fumado, bebido o haberse drogado en su vida. Tuvo tres hijos: Karen, de nueve años y que vive con sus abuelos paternos, Jonathán Bruno Espinoza, de cuatro años y medio, y Bryan Espinoza, de apenas tres años y dos meses.
      Estos dos últimos nacieron y fueron  registrados en Arizona, en los Estados Unidos, donde Alicia vivió por un tiempo.
      Jonathán y Bryan acaban de ser asesinados por Alicia, su madre.
      Familiares y vecinos la identifican como una mujer coherente, aunque de carácter fuerte que se dedicaba fundamentalmente a las labores del hogar, y que para ayudarse en el sustento familiar hacía servilletas y vendía leñita.
      Siempre fue madre soltera y cada uno de los tres hijos que procreó tiene padres distintos.
      En una libreta Alicia escribe canciones “y cosas que me han hecho en mi familia las voy anotando.”
      Alguna vez también anotó que se convertiría en asesina.
      Ella padece ataques de epilepsia y, para mitigarlos, diariamente consume seis pastillas diarias.
      Antes de asesinarlos, señala que jamás había ni siquiera golpeado a sus hijos, “nunca, porque era lo más preciado en mi vida”.
      Parecía un día normal en casa de Alicia. Cenaron, tomó unas pastillas y como a las nueve de la noche se acostó con sus dos hijos.
      En la cama y pegado a la pared, Jonathán, ella en medio, y Bryan, como se hacía pipí, en la orilla.
      “Me sentía tranquila, bien”, señala Alicia.
      “De repente, me empezó a entrar una sensación rara, como escalofrío y empecé a escuchar ladridos de perros, aullidos de vacas, el rebuznar de burros  y ruidos de máquinas, y después, como que me entró eso que me fue descontrolando y empecé a agredir a mis hijos”.
      Dice que sentía una enorme agitación y tomó a Bryan del cuello y como empezó a llorar hizo lo mismo con Jonathan.
     “Lógico, despertó y empezó a llorar, y los dos estaban llorando y se sentaron sobre la cama, y, una vez más, tomé a Brayitan, lo alce y lo azoté contra el piso. Todavía se levantó corriendo y agarré a Jonathán y lo azoté igual.
     “Se espantaron y me dicen ¡ya no, mamita, ya no!
     “Ellos se espantaron mucho porque yo nunca les había hecho eso. Los dos estuvieron corriendo de allá para acá, porque ya no querían que los siguiera golpeando, pero yo seguía agarrándolos y 
azotándolos contra el suelo”.
      Según sus propias palabras, lo que no se le quitaba era el acecido (estado de agitación), porque escuchaba como ladridos de perro y, luego, mugidos de vaca.
      “Mis hijos se subieron a la cama diciéndome que ya no los siguiera golpeando. Les salía mucha sangre. A mi Brayitan le empezó a salir primero sangre de la boca y le noté a Jonathan raspones en su cachetito del lado derecho”.
      Después, a Jonathan y a Bryan, también de las orejitas.
      Fue ahí que Alicia empezó a aventar bolsas de maseca, de arroz, de sal y como no quería ver sufrir a “mi brayitan de la harina que había tirado le abrí la boca y le eché. Tocía, pero ya quería que se muriera”.
      Indica que lo mismo hizo con Jonathán.
      Confiesa que tirados en el piso los volvió a azotar y con la harina que tenían en la boquita ya ni se movían. “Supe que estaban muertitos.
      “Vi como estaba lleno de sangre donde estaban tiraditos, y yo me subí a la cama y me puse como a gatas y empecé a dar vueltas para todas partes y seguían esos pasos horribles que yo jamás había escuchado”.
      Todavía oscuro, Alicia abrió la puerta y vio cómo las vacas desfilaban por la puerta de su casa. 
      “Escuché la campana de la Iglesia, supe que estaba amaneciendo y después llegó mi hermana Elena.
      “Ábrele, dijo. Yo le respondí que no, porque maté a los niños.
      “Yo le dije sí, mejor vete a hablarles allá abajo.
      “Ella me dijo: háblales o muévelos, y yo le dije que no. ¿Para qué?, si ya están bien muertos.
      “Cuando ya había matado a mis niñitos, fue que dije que ya no quería vivir tampoco”.
      Fue en ese momento que Alicia  corrió hacia donde guarda su cepillo de dientes y su jabón, tomó una laminita que empezó a frotar y frotar en su muñeca para cortarse las venas.
      Apenas un hilito de sangre.
      Cuando su hermana entró al cuarto, fue testigo de la tragedia.
     Encima del cuerpo de Bryan había un crucifijo.
     A Jonathán le colocó un escapulario de color blanco.
     Desde el martes, Alicia duerme en la cárcel distrital de Huichapan.
     Dicen, ahí, que la actitud de la mujer es retraída.

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(*) Periodista y comunicador social (el Truman Capote de Pachuca)
Trabajo publicado en el mes de enero en el diario El Sol de Hidalgo tras ir a buscar a Alicia al penal.

2 comentarios:

Babilonia chilanga dijo...

Escalofriante...

Dámaso Pérez dijo...

Sí, es escalofriante y... real.

Lo considero un trabajo de verdadero periodismo humanista.