jueves, 19 de agosto de 2010

Sobre la multiplicación de las viandas



Tras la decapitación de Juan El Bautista, Jesús El Nazareno, triste y melancólico  como estaba, subió a una barcaza para dirigirse a un apartado lugar donde llorar la muerte de su amigo.

Una multitud lo vio alejarse lentamente con el flujo del agua.
Finalmente, el Profeta regresó ese mismo día cuando comenzaba  a oscurecer.
A su encuentro acudió la muchedumbre.

Se hace de noche -le dijeron sus discipulos. "Es mejor despedir a la gente para  que regresen a sus caceríos, consigan posada o algo de comer. 

Pero el Maestro les replicó:

-"No hace falta que vayan. Denles ustedes de comer".

Y ellos, sorprendidos, contestaron:

-"No tenemos más que cinco panes y dos pescados".
Jesús les replicó: Tráiganmelos. 

Y tras bendecir las viandas mandó a que la gente se sentará, partió los panes y pidió que se distribuyera el alimento entre sus seguidores.

Como era costumbre, muchos de los que lo seguían, venían de lejos, y previsorios que eran, guardaban entre sus túnicas pan y pescado seco que sacaban a discreción.

En esas andaban cuando una vez instalada la noche comenzaron a pasar de mano en mano las canastas con las viandas.

Muchos, aprovechando la oscuridad, simulaban tomar un mendrugo, mientras que otros cortaban de lo que ya traían y lo colocaban en la canasta.

Al final del día más de cinco mil hombres habían comido, e incluso con los pedazos que sobraron lograron llenarse doce canastas.

Y es así como Cristo, conocedor de la naturaleza del hombre, y de los ciclos del sol, realizó el milagro sin necesidad de artilugios sobrenaturales.


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