por Ramsés Salanueva
Hoy, que la neblina completamente cubre mi casa,
muy de mañana, cuando las campanas bostezan para reunir a los pecadores,
en una misa donde nadie comulga entre sí, contemplo esta callada ausencia,
que sin saberlo, menoscaba mi corazón.
Me veo de lejos,
como una ave que al vuelo no se distingue
y sin embargo, en mi memoria, algo queda de su trayectoria celeste.
Han pasado tantas nubes desde aquellos años.
Sucedió un terremoto y en su centro, los círculos,
comparecieron ante el juicio de la distorsión.
Nació un toro con alas, hubo orgías de insectos,
se me rompió un diente, y el hueso mas pequeño de mi glande,
se quebró célibe. Mas nada ha cambiado,
aún tengo los ojos tristes, y las manos vacías.
Tengo dolores amigables y placeres terribles.
Tengo palabras que nunca germinan y flores exhaustas de sexo.
Tengo luces muertas sumidas en la opacidad de la noche.
Tragedias invictas contra el destino de los hombres.
Dioses y mares embravecidos. Una navaja que corta el horizonte,
aunque nunca de manera infinita.
Tengo síntomas relacionados con la peste,
la angina curtida de alcohol,
verdes ojeras, y un pequeño rayo de fe,
para espantar las tinieblas, del amanecer,
donde se saludan los ladrones, y se abrazan los diablos,
ahí, acurrucado en el portal de la vigilia,
en la misma consecuencia que por sí sola,
sostiene el caudal infalible de los malos sueños…