Comentarios en torno al libro
“Kant y los Extraterrestres” (2012)
“Kant y los Extraterrestres” (2012)
“Los alucinados serán los capitanes de
las naves del futuro”
Indigente, en Cholula
Por
Javier A. Martín
En un país al borde del colapso, como lo es México,
viene muy a cuento --o ensayo-- hablar de distopías y corrientes apocalípticas,
así sea de manera irónica, como lo hace el autor Juan Pablo Anaya, quien con su
libro de ensayos “Kant y los
extraterrestres” sitúa al lector frente a un juego borgiano no exento de
referencias multiculturales: de Kant a Maussán; Ridley Scott, Herman Melville,
autores ficticios, coloquios literarios improbables y teorías desorbitadas
pueblan esta narración que sirve, como el propio autor lo afirma, para despojar
de ese halo doctoral que suelen acompañar fastidiosamente las discusiones filosóficas
de la academia.
Por
ejemplo, en “Canción de amor para un androide”, Juan Pablo Anaya divaga acerca “del
sueño del maquinismo”, la biomecánica, y los recuerdos implantados a partir de
la cinta “Blade Runner” (1982).
Estos postulados, que en apariencia son formales, le sirve para introducir un personaje ficcionado que sería una especie de alter ego del ensayista, un joven investigador que desarrolla ensayos a partir de una investigación exhaustiva.
Hasta aquí todo sería cierto si no es porque gran parte de los autores y estudios que cita –hay que decir que no todos— son falsos. Y es esto mismo lo que le da una dimensión literaria profunda a este texto, que recuerda a Borges y su literatura fantástica.
Así,
en el primer capítulo asistimos a las reflexiones que suscita el amor del investigador por otro
personaje, esta vez de una película, lo que le sirve para descubrir que “la identidad
se funda en una facultad bastante frágil”: la memoria (p.19)
La idea se confirma cuando los labios carmín de la bella androide Rachel sugieren:
I can´t rely on my memories (no puedo confiar en mis
recuerdos).
Este
que es un tema que ya ha hecho correr mucha tinta, no se queda en la sobada crítica
al “carácter falso de la memoria” o a la distorsión de la identidad a partir de
las emociones espurias.
El tópico de la película es el pretexto para ahondar en lo que llama un “gesto
post-replicante”, a saber, la estrategia para volver a experimentar y repensar
los recuerdos que conforman la identidad.
Más
adelante, en el capítulo “Ahab en el diván”, el narrador, que es el
mismo personaje del primer ensayo, nos habla del profesor Acha-Benavides, quien le
habría dado clases de literatura norteamericana, y al cual, el narrador
principal dedica este capítulo en un supuesto homenaje póstumo.
El
homenaje a Aníbal Acha se basa en su dramática existencia al perder un hijo, y su obsesión con la novela Moby Dick,
a partir de la cual elabora una desquiciada teoría que busca
identificar posibles relaciones entre objetos culturales.
Es
gracias a sus afiebradas hipótesis que el lector vislumbra que de la novela Moby Dick a
las películas Tiburón y Orca: La ballena asesina hay sólo un paso, es así
como Acha-Benavides se da a la tarea, como el furioso capitán Ahab, de identificar
cómo la cultura de masas puede tornarse un
pastiche que echa mano de la historia del arte para convertirla en una reserva de
retazos con potencial significado emotivo.
Pablo Anaya realiza un giño a La Raza Cósmica de José Vasconcelos cuando postula un sistema de reencarnaciones
culturales que tiende a volverse cada vez más decadente. Este
capítulo es particularmente interesante porque se desarrolla a partir de un juego
de espejos, historias similares pero “invertidas”, que evocan el esperpento de
Valle Inclán[1].
El tercer capítulo lleva al lector a una dimensión literalmente fuera de este mundo, al aludir a la obra de Kant Historia general de la naturaleza y teoría
del cielo (1755), en la que el entonces incipiente filósofo alemán no duda
en imaginar escenarios hipotéticos sobre “las características físicas y morales
de los extraterrestres”, basado en el lugar de sus planetas con relación al
sol.
A
partir de esta obra, y un supuesto hallazgo en una biblioteca del IPN, el
personaje del joven investigador introduce a un desquiciado debate en torno al
papel del Hombre en el Universo, la postura que deberá tomar cuando se
encuentre frente a esa alteridad límite
que representan los alienígenas.
Si
bien para Kant el negro cósmico del universo se abre de forma inconmensurable
gracias a la demostración que hiciera Isaac Newton de las teorías de Copérnico,
para Chinchilla y Badoglio, los personajes de este nuevo ensayo, el encuentro
con una nueva especie “fomentará la hermandad de la raza”, pues este hecho
produciría un asombro generalizado que uniría a las naciones.
Ambos
autores parafrasean a Heidegger al destacar la postura del “ser-en-el-mundo-ante-extraterrestres”,
que hará, según afirman, que “el sustantivo humanidad” vuelva a ser el
fundamento de la moral a través de un gran ejército que enfrentará a los
extraterrestres.
Sin
embargo, el avistamiento de ovnis no será posible sin ese grupo autodenominado “Los
Vigilantes”, que en la figura del alucinado mayor, Jaime Maussán, encuentra a
su capitán.
El
ejercicio de observar el cielo en busca de objetos no identificados se vuelve
la metáfora “del carácter contingente e ínfimo”
del ser humano en el Universo y un pretexto para la melancolía.
La
pintura El caminante sobre el mar de nubes (1815), del alemán Caspar David Friedrich, sirve a Anaya para hablar sobre el carácter profundamente melancólico que encierra el acto
de contemplar un paisaje (el vigilante), donde la naturaleza alude al "enigma de lo divino".
Este marco tan poético y socarrón no está exento del anhelo (deseo) y
la amenaza que conlleva la otredad, encarnada en la figura-enigma de los ovnis y la hermandad que podrían provocar entre la raza humana al hacer su sorpresiva aparición trastocando definitivamente el paisaje terrestres.
Así el autor traza una ruta crítica en clave de ironía sobre la idiosincrasia
del ser-en-el-mundo-mediático a
partir de la relación con sus objetos culturales y sus anhelos-expectativas con respecto a la otredad.