Bienvenido concupiscente lector. Contraria a mi costumbre de subir aquí textos cortos, en esta ocasión presento --con la venía del maldito poeta Ramsés Salanueva-- un texto a propósito de la
Genealogía Infernal de Adriana Tafoya
Por Ramsés Salanueva (*)
I La Arteria
El oráculo revelado del Libro de Enoch, primer patriarca de la humanidad, asume que después de la creación, los “vigilantes” (serafines custodios del mundo terrenal) sintieron deseos de copular con las hermosas hijas de los hombres. Entonces, los ángeles se trastocaron en demonios originales para descender a la tierra y proferir el primer pacto de su linaje híbrido:
(2) Y los Vigilantes, hijos del cielo, las vieron y las desearon, y se dijeron unos a otros: Vayamos y escojamos mujeres de entre las hijas de los hombres y engendremos hijos".
(Gn 6:1-4).
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3) Entonces Shemihaza que era su jefe, les dijo: "Temo que no queráis cumplir con esta acción y sea yo el único responsable de un gran pecado".
(4) Pero ellos le respondieron: "Hagamos todos un juramento y comprometámonos todos bajo un anatema a no retroceder en este proyecto hasta ejecutarlo realmente".
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5) Entonces todos juraron unidos y se comprometieron al respecto, los unos con los otros, bajo anatema.
(6) Y eran en total doscientos los que descendieron sobre la cima del monte que llamaron "Hermon", porque sobre él habían jurado y se habían comprometido mutuamente bajo anatema.
Y los “vigilantes” luego de contaminarse con la concupiscencia de la carne, enseñaron a las hembras el arte de la magia, y la botánica, se conoció que el pecado de mayor atrocidad es el conocimiento y no la verdad, ya que esta segunda libera, pero el primero concede poder absoluto.
(3) Shemihaza enseñó encantamientos y a cortar raíces; Hermoni a romper hechizos, brujería, magia y habilidades afines; Baraq'el los signos de los rayos; Kokab'el los presagios de las estrellas; Zeq'el los de los relámpagos; -él enseñó los significados; Ar'taqof enseñó las señales de la tierra; Shamsi'el los presagios del sol; y Sahari'el los de la luna, y todos comenzaron a revelar secretos a sus esposas.
El encuentro produjo una raza de gigantes que por milenios asoló el mundo regocijándose en su poder mediante las orgías y la aplicación de innombrables tormentos a los hijos de Jehová.
En respuesta, Dios provocó el diluvió para arrasar con aquella especie anómala, así
permitió a Noé continuar con el génesis humano.
De aquella épica, algunos descendientes aún caminan por el planeta, son pocos y debido a sus poderes, rondan con la cara oculta y bajo formas casi imperceptibles".
Contrario a este precepto, Adriana Tafoya (Ciudad de México, 1974) es una poeta que no reniega de su genética demoníaca. Para cumplir su misión le es permitido caminar entre los hombres a fin de mostrarles los paisajes del Seól que todos llevan dentro.
Esta es pues la verdad oculta de Tafoya y que hoy finalmente, se descubre ante los ojos de sus lectores.
La poética de Adriana Tafoya es un conjuro que se invoca, forzosamente, desde la concentración de las tinieblas. Su alquimia refleja veneración por los malos hábitos a la vez que se propone alcanzar un exquisito refinamiento de las perversidades que opacan el espíritu humano; sí, pero también --y al mismo tiempo, dan cuenta de su capacidad de renovación.
Sangrías (Ed. El Aduanero; México, 2008) es un libro rojo en el que Tafoya se ocupa de estudiar, acuciosamente, a través de 18 poemas, la miserable condición del hombre contemporáneo, más allá de las corrientes realistas, siempre lejos del drama vulgar que, por desgracia, parece dominar la poesía existencial contemporánea.
“La voz aquí emitida es un testimonio de humanidad desde el yo profundo --canto de mis entrañas--" dice, poderosa, Adriana Tafoya. "Este libro urge al yo lector desvalido”, como bien apunta el poeta Raúl Renán en su prólogo a este poemario.
Antes de abordar algunos detalles temáticos de esta obra, conviene precisar que Adriana Tafoya pertenece como súcubus que es la Cuarta Casa Infernal:
“La Casa más pequeña del Infierno es conocida genéricamente como los Domadores. Su concesión de Apelación necesita el verdadero nombre de una víctima para que funcione, por lo que esta Casa tiene incontables bibliotecas completamente abarrotadas de libros y listados llenos de nombres: los verdaderos nombres de sus "mascotas mortales".
Esta constante búsqueda de verdaderos nombres ha llevado a los Domadores a convertirse en grandes señores del conocimiento. A menudo se les ha llamado la "Casa de los Secretos".
Muchas otras Casas desconfían de ellos, y están estrechamente vigilados por los Vengadores de Belcebú. La Cuarta Casa tiene un poderoso aliado. La aflicción embarga a sus enemigos.
El cuarto General del Infierno es conocido por muchos nombres, y habitualmente se hace referencia a él como El Enigma. Se dice que nada tiene secretos para él. (Extracto de la Biblia Negra de Mostov)
Esta misma aflicción, fuente de energía oscura, parece inundar las venas de este libro.
La primer herida que nos infringe la poeta, es a raja tabla para develar la podredumbre humanística de esta era, en su poema "Desechables":
“Porque no podemos disimular nuestra basura
esconder la pila de cazuelas en gangrena
las manos tiznadas y caniculares del hostigamiento
las sonrisas que son dedeos
adulaciones aguardientosas
que destrozan como perros las ventanas”
No conforme con el hematoma causado, Tafoya arremete sin misericordia (característica muy común de los demonios) y nos quiebra en el rostro la siguiente verdad:
“Nos sabemos prepotentes corruptos abusivos
con el desplome paranoico del cerebro de las moscas
nos sabemos pestilentes
como el latido en las pantaletas
embarradas de feto seco”
“Desechables” es un homenaje a los marginados del mundo, los exiliados del Paraíso, seres errabundos de cuencas oculares vacías con los cuales es fácil tropezar, cada vez que uno mira su reflejo en el agua estancada de la cotidianeidad.
Los demonólogos reconocen que los seres infernales tienden a la promiscuidad. Su exaltación sexual proviene de una abstinencia a la cual han sido condenados, debido a su incapacidad para retener la materia, alrededor de su energía sustancial.
un plano dimensional, los demonios son consumidos por el ardor de poseer el cuerpo, tanto como el alma de sus víctimas, en una suerte de virtud de precipitación, explica la teología moderna.
Placer y dolor son los ejes primordiales de la condición demoníaca (y humana); Sócrates resolvió el dilema con su famosa parábola al decir que Dios en un intento por unir los polos, encadenó uno al otro, así pues la sensación de uno precede a su opuesto y viceversa.
Tafoya aborda el tema desde su arista más conspicua, el travestismo. Su poema “Estatuilla de labios rojos” reafirma su preocupación por la mutación de los géneros. Más que una alegoría a la homosexualidad, el texto puede considerarse un halago a la androginia, sin pasar por alto la penalidad de la prostitución, que en este caso, es un simple rasgo del personaje principal que anima el poema.
“Acicalándose sigue escrupuloso
la vida para él es
un pedazo de pensamiento
cortado diamante
le esculpe la comisura de los labios
con un tono rojo de prostitución
se pinta una boca
Y en la medida en que es más femenino
es más vulnerable
a ser violentado
a ser destruido
y todo esto sin una gota de sangre”
A pesar de su violencia, la poesía Tafoyana respeta el código infernal, el cual señala en su Artículo Cuatro: “Deberás ser honesto con aquellos mortales con quienes vayas a establecer un Contrato. Los protegerás de cualquier daño serio, a menos que ellos no estén satisfechos con el Contrato. Nunca les obligarás a firmar el Contrato por la fuerza”.
Así mismo, el Artículo Seis, indica; “Nunca usarás la violencia sobre un Anfitrión poseído”.
Sin embargo, llegamos a la abominación, los ritos sobre la renunciación a la fe en las cofradías de Satán enlistan tres arcanos a cumplir, para ser ungido en el sacerdocio negro; la máxima eucaristía del averno.
El parricidio, recreación del repudio del Ángel Caído hacía el Padre Universal, la pedofilia, amancillamiemto de la inocencia, entendida como la más alta expresión de la divinidad y por último, el incesto, la mayor depravación de la inteligencia humana, que si bien puede abstraerse de moral, no así de las leyes orgánicas.
“La poeta, para hacer lo que hace –y lo que hace es hacerse y deshacerse ante nuestra vista- necesita de una cualidad que es fundamental para toda poesía hecha al borde del precipicio; la audacia: Tafoya tiene la cualidad envidiable de atreverse”, subraya el poeta Enrique González Rojo, en su epílogo para este libro.
“El tierno algodón del cielo” es, quizá, el más grande atrevimiento de la escritora; al leer este poema asistimos a la liturgia del aquelarre, es la culminación de la estética tafoyana que se encarga de la maldad, desde la “sabiduría del contraste” donde la bate resolvió el tabú recurriendo al simbolismo, recurso primordial de la poesía maldita.
siéntate en mis piernas
te voy a contar un cuento
sobre el metal negro en las muñecas
de cómo mi padre rompió una paloma
de la humedad en las lágrimas
y la belleza del sufrimiento...
...ven pequeña
vamos a casa
cierra las piernas
y levántalas
que el cielo se estremece
y ya se ve caer el delgado trazo del agua
mira cómo se derrama en toda la sombra
sin embargo creo que aunque no se ve
el blanco algodón del cielo
está manchado de sangre”
Más aún, existe un argumente filosófico para esta aprobación que se encuentra en las letanías satánicas que circulan de mano en mano desde el medioevo, sin que hasta el momento se precise su fuente o autoría.
“6.- Ningún credo debe ser aceptado sobre la autoridad de una naturaleza divina, las religiones deben ser cuestionadas, ningún dogma moral debe ser aceptado como indiscutiblemente válido, ni ninguna medida moral deificada, no hay nada inherentemente sagrado en los códigos morales, al igual que los ídolos de madera del pasado que son obra de manos humanas, lo que el hombre ha creado el hombre lo puede destruir.” (Segunda Letanía de Satán-versión apócrifa)
En una conversación que sostuve con Adriana Tafoya, recientemente en una lectura colectiva en el puerto de Acapulco, me comentaba que profesaba el antiteismo, una especie de cruzada en contra de los creyentes de Dios.
Recuerdo que mi maestro José Antonio Alcaráz (q.e.p.d.), en su clase Historia de la cultura que impartió por años en la Escuela de Escritores de la SOGEM, se refería al tema con extrema pero muy formal jocosidad al referir:
“Decir que Dios no existe es arriesgado, decir que Dios existe, es arriesgado, yo mejor digo no saber”.
Y es que Tafoya liderea la rebelión del hombre contra las alturas desde hace mucho, desde el principio para ser exactos. Desconocemos sus motivos, pero nos quedan bien clara su determinación, de ello da cuenta su tercer extracto de la composición “Jalea de pájaros”.
Déjenme morir sin Dios
No claven pájaros en mi cabeza
Quiero caer llorar
gruñendo gritar al verme
sin piernas ni manos...
... que me trisque la nada
en la amargura de la niebla
que venga la muerte a humedecerme
con la mordida del dolor
Sólo déjenme morir solo
tranquilo en la sombra
sin la estúpida intromisión de dios”
Aunque clara, la tendencia antideífica de Tafoya es engañosa y reservada, como la tesis de Alcaraz, ello se observa en una clave que ha dejado disimuladamente la autora en la tipografía del texto; escribe Dios al principio con mayúscula para reconocer su presencia, incluso la letra muestra algo de temor, y al final dios es una palabra común, desacralizada, velada ofensa al concepto.
Aquí terminan, “los terroríficos itinerarios del averno” como González Rojo ha denominado a las escenas poéticas de este letrario sangrante.
“IV
...porque el mar es la muerte
porque la muerte
todo tiempo fue agua
y el agua
todo tiempo
ha sido cielo”
Por su profundo humanismo, Sangrías permanecerá aislado del catálogo literario nacional, un libro inusual dentro del debate de la novísima poesía mexicana, un símil del “árbol solo” que todas religiones intentan buscar como prueba irrefutable del origen divino, pero que hasta el momento ninguna ha podido confirmar su encuentro.
La premisa fundamental de Sangrías se resume en lo siguiente: “Todos necesitamos el dolor, aunque intentemos, a lo largo de la vida; evitarlo”.
Valle del Mezquital
Primavera de 2008
*Ramsés Salanueva y Rodríguez (Actopan, Hidalgo 1972) Poeta, promotor cultural y reportero.