El escritor peruano Mario Vargas Llosa, leyenda viva de la literatura mundial, escribió hace 40 años la novela "Conversación en La Catedral", en la que desde el primer capítulo el protagonista, Santiago Zavala, se pregunta amargamente "¿en qué momento se jodió el Perú?". Y si bien Vargas Llosa no responde tácitamente esta interrogante, sí dibuja con su narración una serie de vicios y defectos que contribuyeron a la ruina del país.
Lo anterior viene al caso puesto que en la mente de miles de mexicanos ronda una pregunta:
¿Qué fue lo que hicimos mal como país para entrar en esta vorágine como un descenso en espiral que nos hunde, al parecer irremediablemente, cada vez en peores condiciones de vida?
Pobreza extrema, crisis económica, desempleo, falta de seguridad social y alimentaria agobian a más de 50 millones de mexicanos, al punto de llevarlos a la desesperación.
Resulta evidente que el gobierno federal y los estatales han sido rebasados por problemas que durante años, impasibles, todos vimos crecer.
La petrolización de la economía y una mala administración de la bonanza del oro negro, han llevado al punto del estallido social a distintos regiones del país, amenazando con convertirse en un asunto generalizado, al menos así lo han advertido especialistas en diversos medios, como ahora en la reciente edición del semanario Proceso.
Sin embargo, el gobierno federal, carente de sensibilidad política, ha decido que su propuesta para paliar la recesión económica será imponiendo más impuestos, incluidos los alimentos y medicinas, lo cual amenaza con acentuar el malestar generalizado.
Incluso organismos empresariales como la Coparmex, a través de su Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, han señalado que la propuesta de Paquete Económico 2010 del gobierno federal, entregada el 8 de septiembre por Agustín Carstens en San Lázaro, no representa cambios de fondo que fortalezcan o motiven la creación de nuevas fuentes de empleo.
Con acciones como ésta, el gobierno continúa orillando a la población a vivir al margen de la legalidad, disfrazando su incapacidad con argumentos demagógicos, argumentando que lo que se recaude con los nuevos impuestos será destinado al combate a la pobreza.
Pero si su estrategia para abatir la pobreza resulta tan poco eficiente como su combate a la delincuencia, los mexicanos entonces estamos fritos.
Pues si bien su propuesta incluye la reducción del gasto público en 218 mil millones de pesos, también contempla gravar con un 2 por ciento los ingresos derivados de ventas en cada etapa de la cadena productiva, estos es que todo será más caro.
Al parecer, lo único que no ha sido puesto en duda es la impopularidad de la propuesta de Felipe Calderón, quien pretende anclar la aprobación de su propuesta a la eficaz respuesta ante la contingencia provocada por la influenza, mezclando el terrorismo fiscal con el terrorismo sanitario.
Sin embargo, parece que eso al jefe del Ejecutivo ya poco le importa, sobre todo después del fracaso rotundo en las elecciones pasadas, debido, quizá, a que los mexicanos se dieron cuenta de que “El verdadero peligro para México” habita ya en Los Pinos.