Los últimos días, o quizá años... un pensamiento recurre a mi mente una y otra vez. Intermitente, la idea de que en el fondo a todos, o casi todos, nos mueve el deseo de amar y ser amados.
De ese punto se
desprende un sentimiento, como el vértigo ante gran abismo, al que
inseguro me asomo cada vez que el deseo me asalta.
Esa sensación se
traduce en mí en una nostalgia del futuro; un punto en el que mis
deseos y mis carencias convergen y se materializan en un anhelo.
A contralínea de
Manrique, quien decía que todo tiempo pasado siempre fue mejor,
me instalo en el futurismo, una añoranza de lo porvenir, no sé
cuándo no sé cómo ni por qué...
Por eso, pienso,
buena parte de la producción cultural de la humanidad, habla o
describe cada una de las expresiones de ese desamor y soledad que nos
agobia --a veces sutil, a veces brutal-- y nos hace añorar la utopía
del amor. Y es eso, justo, lo que hermana a los infieles, los
sátiros, los necesitados y los promiscuos, con los solitarios, que
han encontrado el gusto por la agonía de lo posible -o lo imposible.
“Quisiera tener
alguien a quien amar,
quisiera andar
con alguien por la ciudad,
se vuelve un
infierno sin amor”
El Monstruo el
viento del Alba
Prietto viaja al
Cosmos